La desigualdad entre hombres y mujeres, una herencia recibida

08 Mar 2016

La desigualdad entre hombres y mujeres, una herencia recibida

Mª Rosa Álvarez Prada, coordinadora del Grupo de Trabajo de Psicología e Igualdad de Género del Consejo General de la Psicología escribe este artículo con motivo del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo.

Un año más, este 8 de marzo los informativos, los periódicos, las calles se llenarán de mensajes a favor de la igualdad de género. Saldrán datos y estudios que recuerden la discriminación a la que son sometidas las mujeres. Y se honrará la memoria (anónima, eso sí) de todas las mujeres asesinadas por sus parejas, ofreciendo el balance de esa terrible lacra que es la violencia machista y que permanece como una constante, en la que cada una de las víctimas emerge a la luz pública dramáticamente para luego desdibujarse en un fango de cifras en el que su historia desaparece y pasa a ser únicamente una estadística.

Y al mismo tiempo, el movimiento posmachista o neomachista, bajo una falsa bandera de la neutralidad, dirá que para cuándo un día del hombre, que también hay mujeres asesinas, que el feminismo promueve la desigualdad. Adoptará un argumentario victimista e incongruente que sería inconcebible en cualquier otra situación de discriminación, como la raza o la religión. El posmachismo es un movimiento que está cobrando visibilidad y que busca confundir con argumentos demagógicos, asegurando que la intención del feminismo es atacar al hombre; aunque la intención real es clara: que las cosas se queden como están.

Las políticas de igualdad tienen un único objetivo: abordar las consecuencias de una desigualdad estructural entre hombres y mujeres sostenida en el tiempo, justificada y normalizada. Y la rebelión posmachista no buscan más que frenar el avance de la conquista de derechos por parte de la mujer, es decir, mantener el status quo del hombre.

El desequilibro estructural entre hombres y mujeres es una deuda histórica, es una herencia recibida que no podemos asumir y sentarnos a esperar a que se mitigue paulatinamente por su cuenta con el paso de generaciones y generaciones, porque con el tiempo perdido se van también vidas que merecen ser vividas con las mismas oportunidades y, desde luego, sin miedo.

Mientas las mujeres sigan sufriendo una violencia normalizada, que se minimice e incluso se justifique o se niegue; mientras la brecha salarial exista; mientras el peso de las tareas del hogar recaiga sobre ellas con una doble jornada tras la laboral; mientras se explote sexualmente y se esclavicen mujeres; mientras se viole o se increpe sexualmente a una chica…; mientras todas estas formas de violencia -y otras muchas- existan, no podemos permitirnos no actuar para promover la igualdad real entre hombres y mujeres.

Por eso no es tolerable la neutralidad a la hora de hablar de equilibrio entre ambos géneros. La demagogia del posmachismo es intolerable, porque se trata de una cuestión de justicia y dignidad. La violencia contra las mujeres no es neutra, porque se está negando la sumisión a la que se somete a las mujeres por parte del poder estructural del patriarcado, y se alude intencionadamente a las manidas e insignificantes denuncias falsas o a agresiones de mujeres a sus parejas, exponiendo a las mujeres como manipuladoras, mentirosas e incluso asesinas.

Desde luego que todas las violencias son reprobables, pero no podemos mezclarlas para abordar su solución, porque lo único que se consigue es ignorar su origen y prolongar su existencia. El posmachismo busca generar confusión de forma sutil, asegurando que las políticas de actuación positiva a favor de la igualdad son discriminatorias hacia los hombres, y al sembrar la duda, se genera distancia y pasividad por parte de la sociedad y se desvía la atención. Esta neutralidad obvia que las consecuencias de la desigualdad histórica estructural son de tal envergadura, que no se puede pedir tabula rasa.

La desigualdad es una herencia recibida que llega hasta nuestros días, una de las mayores injusticias en nuestra sociedad porque afecta directamente a la mitad de la población y, en este sentido, es imprescindible que pongamos en marcha recursos y políticas que favorezcan un equilibrio entre mujeres y hombres. Esa presunta neutralidad que cuestiona tales acciones beneficia al patriarcado, a quien lucha por mantener sus privilegios. Ignoremos y desmontemos ese discurso políticamente correcto, luchemos por la igualdad y un día no serán necesarios los incentivos ni las políticas.